Testimonios




52 años fumando… y luego lo dejé sin estrés

Sin promesas, solo acción


Por Fernando Wambier


El primer cigarrillo

Todavía puedo recordar el olor.
Era a principios de los años 70. El humo estaba en todas partes: en oficinas, restaurantes, incluso en los pasillos de los hospitales. En el avión, los ejecutivos apagaban sus cigarrillos justo antes de que llegara la comida.

En aquella época, nadie preguntaba: “¿Fumas?” – la pregunta era más bien: “¿Qué marca?”

Yo era joven, nuevo en el trabajo, y el cigarrillo era como un pase de pertenencia. Quien no fumaba, no encajaba del todo. Así que empecé.


De costumbre a comodín
Con el tiempo, fumar ya no era solo una adicción. Se convirtió en mi carta bajo la manga: para relajarme, para pensar, para cortar la rutina.

  • Antiestrés después de reuniones acaloradas.
  • Botón de pausa cuando la cabeza estaba saturada.
  • Marcador de ritmo entre tareas.

Sabía que me estaba haciendo daño, pero siempre estaba ahí, al alcance de la mano.


De viaje, humo por todas partes… y muchas historias

Como consultor internacional estaba siempre de viaje. Aeropuertos, hoteles, salas de conferencias… y en todas partes conocía gente.

Algunos me contaban cómo habían dejado de fumar. Caminos distintos, misma determinación. Algunos lo dejaron de un día para otro. Otros avanzaron paso a paso.

Esas historias se quedaron en mi cabeza. "Quizá tú también puedas dejarlo algún día", me susurraba una voz que entonces aún ignoraba.


Muchos intentos, muchas recaídas

Lo intenté una y otra vez, hasta perder la cuenta.

Fuerza de voluntad. Fechas “mágicas” para empezar. Chicles de nicotina. Libros.

Cada vez duraba un tiempo… hasta que un momento de debilidad o una semana estresante me devolvían al punto de partida.

No era que me faltara fuerza. Era que el método no encajaba conmigo.


2017 – El punto de inflexión

No fue un día dramático ni un “ahora o nunca”.
Fue más bien una sensación tranquila pero firme: "Esta vez lo haré de otra manera".


Hice tres cosas:

1️⃣ Busqué ayuda

El paso más importante fue reconocer: Tal vez no pueda hacerlo solo – y está bien.

Fui a mi médico y hablé abiertamente de mi situación. Me ayudó a diseñar un plan adaptado a mi vida.

Durante doce semanas utilicé parches de nicotina, que le daban a mi cuerpo una cantidad controlada de nicotina, sin las sustancias dañinas del humo del tabaco. Eso evitó un “síndrome de abstinencia en seco” y mantuvo mi estado de ánimo estable.

Para los momentos más duros – después de comer, en situaciones de estrés o cuando volvían los viejos hábitos – usé spray de nicotina. Su efecto rápido me daba calma al instante y evitaba las recaídas.

Esta combinación de apoyo médico y terapia sustitutiva no solo me quitó el miedo a los síntomas de abstinencia, sino que me dio la sensación de que no estaba indefenso.


2️⃣ Cambié mis hábitos

Fumar no es solo una adicción física, también es un ritual. Mismas situaciones, mismos gestos.

Así que transformé esos rituales:

  • En lugar del cigarrillo, un vaso de agua. No solo me ayudaba a pasar el impulso, sino que también hacía algo positivo por mi cuerpo.
  • Introduje pausas conscientes sin fumar. A veces me acercaba a la ventana, cerraba los ojos y respiraba profundamente.
  • Lo más importante: caminar 30 minutos al día. Al principio era solo movimiento, luego se convirtió en mi botón de “reinicio”. El aire fresco, el ritmo de los pasos, la sensación de notar mi cuerpo… todo eso me ayudaba a despejar la mente y estabilizar mi ánimo.

Estos nuevos hábitos no solo sustituyeron al cigarrillo, sino que me devolvieron algo que este nunca me había dado: verdadero descanso.


3️⃣ No lo hice solo

Dejarlo solo puede sentirse como pelear contra un enemigo invisible.

Por eso me inscribí en un seminario en grupo. Allí había personas que sabían exactamente lo que se siente cuando la primera cigarrillo del día llama o cuando el estrés sube.

Compartimos experiencias, nos reímos de nuestros trucos para esquivar las tentaciones y hablamos con honestidad de las recaídas.

Esa sensación de “estamos en el mismo barco” fue impagable. Los días de duda, el grupo me sostenía. Los días de fuerza, yo podía sostener a otros.

Juntos, el camino fue más fácil – y cada pequeño éxito se celebraba el doble.


La vida sin humo

Los primeros días fueron extraños – como si hubiera olvidado el reloj. Pero a las pocas semanas empecé a sentir la libertad.

Sin interrupciones, sin la carrera por el próximo cigarrillo. Más energía, mente más clara, mejor humor.

De fumador a acompañante

Hoy acompaño a otros en este camino – tanto a empresas como a personas particulares que quieren dejarlo, sin presión ni sermones.

Sin milagros falsos, sin promesas vacías. Solo herramientas que funcionan y experiencias reales.


¿El primer día?

El momento perfecto para dejarlo no existe.

Pero cualquier día puede ser el primero.

Quizá sea hoy, o mañana… lo importante es empezar.


Dejar de fumar: la mejor inversión de mi vida

Dejé el cigarro sin ansiedad, sin milagros… y descubrí que era más fácil de lo que dicen


Por Fernando Wambier – basado en el testimonio de Andrew S. (Wayne, PA, EE. UU.)


El momento de abrir los ojos

Tengo 47 años, vivo en las afueras de Filadelfia y dirijo una asesoría fiscal con más de veinte empleados.
Mi trabajo va de lógica, estrategia y control… pero mi vida tenía una contradicción enorme: fumaba hasta 50 cigarrillos al día. Empecé a los 14 y el tabaco se metió en todos los rincones de mi rutina: al despertar, después del café, al salir de reuniones, en el coche…

Intenté dejarlo muchas veces, pero siempre igual: ansiedad, mal humor, insomnio… y recaída. Un día escuché a un colaborador susurrarle a otro: “Se le nota en la mirada… está roto por dentro”. Ese comentario me golpeó. No solo estaba dañando mi salud, también mi forma de liderar y la armonía en casa.

Esta vez, nada de medias tintas

Decidí que este intento sería el definitivo. Fui a mi médico y opté por un plan integral: sin medicamentos ni parches, pero con tres herramientas que juntas marcaron la diferencia: un grupo de apoyo, hipnosis clínica y auriculoterapia.


El grupo: no pelear solo

Entrar en una terapia grupal fue como pasar de remar solo a navegar con tripulación. Durante ocho semanas, compartimos el camino con otras personas que también querían dejar de fumar sin sufrir.
En ese espacio, la sinceridad era total: hablábamos de los momentos de tentación, nos reíamos de nuestros trucos para esquivarla y celebrábamos cada pequeño avance. El grupo no solo me sostuvo en los días difíciles; me enseñó estrategias para cambiar hábitos y no caer en viejos patrones.


La hipnosis: apagar el piloto automático

Confieso que al principio dudaba. Pero la hipnosis clínica no tiene nada que ver con shows ni péndulos. Es un estado de concentración profunda y relajación en el que tu mente está más abierta a replantearse hábitos.
Ahí, el terapeuta me ayudó a romper las asociaciones automáticas con el cigarro: ese café que “pedía” un pitillo, esa pausa después de una reunión, ese momento de estrés que lo desencadenaba. Fue como desactivar el piloto automático que me llevaba siempre al mismo gesto.


La auriculoterapia: calmar el cuerpo

La auriculoterapia viene de la medicina tradicional china y parte de que la oreja es un mapa del cuerpo. Se estimulan puntos específicos —en mi caso, sin agujas, con pequeñas semillas— para ayudar a reducir la ansiedad y equilibrar el sistema nervioso.
En los primeros días, cuando la ansiedad y la irritabilidad suelen estar por las nubes, fue como bajar el volumen de esas sensaciones. No hizo que las ganas desaparecieran por completo, pero sí las volvió manejables.


Un cambio definitivo

La noche antes del “día cero” hice limpieza total: ceniceros, encendedores, paquetes… todo fuera. La primera mañana sin fumar fue dura, pero llegué a la sesión con el grupo sin haber encendido ninguno. Desde entonces, no volví.

Hoy, dos años después, no solo dejé de fumar: ya no lo necesito. Duermo mejor, tengo más energía, pienso con más claridad y, sobre todo, lidero con calma, foco y coherencia.

La mejor inversión

Dejar el cigarro no me costó millones ni requirió milagros. Lo que me dio no tiene precio: libertad. Y esa libertad me acompaña cada día, en mi trabajo, en mi casa y en cada respiración.